Un pequeño elogio de Orsini, Traducción: Carlos X. Blanco

Una llamada politóloga, durante un programa de televisión, declaró que antes de la guerra en Ucrania nunca había oído hablar de Orsini (los invito a leer sus dos últimos textos) y que, dentro de la “Comunidad de estudios internacionales” a la que pertenece, era un completo desconocido. No está claro qué es realmente esta “Comunidad” fantasma ni por qué debería atribuir mayor autoridad a un erudito sobre otro. Lo que es evidente, sin embargo, es que entre ella y Orsini hay un abismo en términos de competencia, capacidad analítica y originalidad. En la guerra de Ucrania, por ejemplo, no acertó en nada, mientras que los análisis de Orsini, para quienes observan los acontecimientos con ojo científico, resultaron tan precisos como un misil ruso de última generación. Sin embargo, la señora en cuestión se siente superior, fuerte en su pertenencia a la “Comunidad”.
Pero ¿qué es realmente una “Comunidad” en este contexto? Nada más que una construcción artificial, un entorno autorreferencial a menudo compuesto por celosos servidores del pensamiento dominante, detrás del cual se esconde un generalizado conformismo intelectual. En estos entornos, las personas se fortalecen mutuamente, protegidas por el poder establecido que garantiza recursos y herramientas para producir teorías funcionales al mantenimiento del status quo y las camarillas que lo alimentan. De aquí surgen las llamadas comunidades científicas, políticas, académicas, internacionales. Pero éstas no son verdaderas entidades de conocimiento: son más bien centros de intercambio de intereses de las élites gobernantes y de la intelectualidad que las sirve.
La declaración del supuesto perito, por tanto, no desacredita a Orsini: más bien, califica su propia ignorancia. Personalmente, no comparto todas sus posiciones, pero reconozco en sus referencias culturales (que también son las mías) una solidez de pensamiento y una notable originalidad. Por el contrario, cuando escucho a ciertos miembros de la “Comunidad”, sólo oigo propaganda y ausencia de pensamiento crítico auténtico. Sin embargo, su pertenencia al “círculo oficial” parece ser suficiente para protegerlos de cualquier desafío, que rechazan con condescendencia, descalificando al interlocutor sólo porque es “externo” al sistema.
Creo, en cambio, que son las obras las que hablan por una persona, mucho más que los juicios superficiales sobre ella. Tuve la suerte, durante casi veinte años, de colaborar con Gianfranco La Grassa, de quien aprendí mucho y con quien también escribí. La Grassa es un verdadero genio, autor de decenas de ensayos fundamentales, pero no pertenece a la “Comunidad”. Por esta razón, a pesar de sus méritos académicos y de sus colaboraciones con algunos de los pensadores más importantes del siglo XX, incluso Wikipedia cuestiona su relevancia enciclopédica, evidentemente por sugerencia de algún celoso guardián de la ortodoxia. Es probable que el autoproclamado experto ni siquiera lo conozca: pero incluso en este caso, la culpa no recae ciertamente en La Grassa, sino en quienes ignoran lo que merece ser sabido.
Esta ostentosa ignorancia, sin embargo, es vivida como una jactancia, como si pertenecer a un círculo cerrado fuera en sí mismo una medalla al valor. En un mundo normal, gente como ésta realizaría trabajos ordinarios, pero en cambio los encontramos en programas de televisión pontificando sobre cuestiones que no entienden, protegidos por un aura de falsa autoridad.
Pasemos ahora a los hechos, los plausibles, que la Comunidad ignora u oculta, porque pondrían de manifiesto su servilismo ideológico. Occidente se encuentra hoy en una pendiente resbaladiza: desciende inexorablemente, mientras que lo que sube es sólo una ilusión. El mundo se está desvinculando progresivamente de un orden internacional que ya no es capaz de contener el avance de los países emergentes y reemergentes. Rusia y China ya no temen a Estados Unidos y responden con cada vez mayor firmeza a las provocaciones y amenazas.
En una entrevista reciente, Vladimir Putin dijo:
“Estados Unidos lleva 15 años de retraso. No podrán detener el desarrollo de China. Es como decirle al sol que no salga: saldrá de todos modos. Existen procesos objetivos de desarrollo económico, vinculados a millones de factores. El intento de bloquear a China también ha tenido repercusiones negativas en la economía estadounidense. Intentan producir algunos bienes de forma independiente, pero no pueden: no son competitivos. Si continúan así, perderán competitividad en sectores enteros. La cooperación económica entre China y Estados Unidos, forjada durante décadas, ha generado una fuerte interdependencia. Todos lo saben, pero las medidas actuales de Washington parecen contraproducentes.”
Hoy en día, China y Rusia son aliados. Donde el primero aún no ha llegado, el segundo ha llegado y ha demostrado con hechos que puede enfrentarse casi en solitario a toda la OTAN. La combinación del poder económico chino y el poderío militar ruso representa un desafío directo a un Occidente en decadencia, que sigue proclamándose superior cuando en realidad sólo es competitivo en unos pocos sectores que ahora también corren el riesgo de ser superados.
Putin afirma que China está 15 años por delante de Estados Unidos en varias áreas económicas y que Rusia supera a Estados Unidos en ciertas tecnologías militares. Esta tendencia a adelantarse parece hoy inevitable. Además, China y Rusia no se relacionan entre sí como lo hacen Estados Unidos y Europa, donde uno manda y el otro ejecuta (la definición de Orsini es muy acertada cuando dice que Italia y EEUU, por ejemplo, están en la misma relación de sujeción que Rusia y Bielorrusia. Duele la verdad, lo sé, más que el renacido protagonismo internacional de “la Bota” –N.del T.: Italia). Al contrario, la suya es una alianza competitiva y su fuerza reside precisamente en esta originalidad. Es un desafío geopolítico destinado a cambiar radicalmente el mundo.
Mientras tanto, las “mujercitas” de la Comunidad siguen ridiculizando a quienes intentan arrojar luz sobre todo esto, tildando de “desconocidos” a aquellos estudiosos que no forman parte de su estrecho círculo. Ellos son, en realidad, los verdaderos enemigos de Occidente: aquellos que deslegitiman a quienes intentan advertir sobre cambios trascendentales que ya están en marcha.
Personalmente, confío mucho más en quienes se refieren a Maquiavelo, Marx, Nietzsche, Pareto, Michels –expresiones del mejor pensamiento europeo– que en los “comunitaristas” fascinados por los intelectuales de las academias americanas. Algunas de ellao son válidos, por supuesto, pero sólo cuando también se basan en esa herencia del pensamiento europeo que corre el riesgo de perderse.
He aquí que quizá sea precisamente a esa Europa a la que deberíamos volver, al menos intelectualmente, para invertir la tendencia. Abandonando finalmente la idolatría de las “comunidades” que sólo producen publicidad y autocelebración.
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Traducción: Carlos X. Blanco